martes, 5 de julio de 2011

Miguel de Cervantes y la acera de las mierdas


Cuando era pequeña pensaba que mi pueblo era muy especial, era único, porque poseía una acera en el trayecto de la plaza al instituto minada (en «Mis sitios»). Sí, minada de mierdas de perros feos de grandes (los perros y sus mierdas).
Después crecí, ―es ley de vida―, y me fui a estudiar a la capitalilla. Y aquí me desengañé, descubrí otra acera en el trayecto de mi casa al curro (en «Mis sitios») también minada, pero diferente porque en si la acera de mi infancia veías las antipersona a distancia, la de la capital (-illa) son como si una bandada de pterodactylus se pusiera de acuerdo a la vez para descargar su intestino. Y que no te pille en la trayectoria porque entonces estás perdido.
Bueeeeeno, quizá exageré, son simples palomas simples. Lo que no sé es que comen estos bichos para defecar así. En fin, el cabildo culipardo invierte un dineral en acudir todos los días con su manguera para limpiar con el chorro a presión. Y digo yo, ¿no sería mejor arreglar el problema eliminando la raíz?
¡¡Eh!! Que sí, que sigo siendo animalista, pero a ver quien es el rico que adopta a una paloma como mascota...
¿Que a qué viene lo del Cervantes? Bien fácil, pues que aunque me desencanté al descubrir la OTRA acera, he concluido tras arduas deliberaciones que mi pueblo: Alcázar de San Juan, sigue siendo especial porque para el que no lo sepa es allí donde nació el ilustre escritor.

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